23 de abril de 2012

Las rueditas de la bicicleta


Cuando Tomás cumplió 5 años sus abuelos le dieron su primera bicicleta, tan deseada y tan soñada por él que ya era grande, o por lo menos así se sentía. Se imaginaba montado como San Martín sobre su caballo blanco y sin esperar demasiado subió e intento pedalear. De pronto, le falló el equilibrio, se cayó y se golpeó bastante fuerte. Era que aún no le habían puesto las rueditas.
Cuando corrió hacia sus padres, lo tranquilizaron diciéndole que no se preocupara, que a todos nos pasó, incluso cuando comenzamos a caminar; y Tomás, aún con lágrimas en los ojos quería —a toda costa— volver a subirse. Le explicaron que primero había que ponerle las rueditas y que luego, sí, podría usarla todo lo que quisiera.
El lunes siguiente, cuando volvió del jardín había una caja sobre la mesa que decía: “Para Tomi, con amor”. La abrió inmediatamente y en el fondo vio las rueditas de su bici. Su cara se iluminó con una sonrisa inmensa.
Aún faltaba colocarlas y Tomi estaba muy ansioso: a cada rato preguntaba cuánto faltaba para que llegara su papá del trabajo. Y su mamá, que solo intentaba distraerlo, le preguntó donde le gustaría dar su primer paseo. Tomi quería ir a la casa de sus abuelos y contarles que esas rueditas aunque más chiquitas eran muy importantes, iba a poder pasear en bici sin temor a caerse,  ni a golpearse.
Finalmente, llegó su papá y ni bien entró Tomás le pidió que le colocara las rueditas. Y así como el papá cumplió, él —apenas tuvo la bicicleta lista— desapareció andando. Y así comenzó su aventura.
Al igual que las ruedas, los años se sucedían. Comenzaban y finalizaban ciclos; y Tomás crecía.  Hasta que un buen día dejo de sentirse niño y tuvo deseos de sacar las rueditas de la bici, pero también sentía el temor de caerse y lastimarse como aquella primera vez. Entonces sus padres le contaron que si bien existe el riesgo de caer, siempre tenemos a alguien al lado que nos observa y nos da una mano para levantarnos. Tomás no estaba del todo convencido; entonces su papá le propuso abrirlas un poco y que buscara el equilibrio como si no las tuviera. Cuando dio una vuelta manzana y supo que podía andar sin ayuda, su papá las sacó; y el salió andando feliz en su bici, sin rueditas, como un chico grande.

Gracias Dr. Iacona por darme la confianza de que puedo andar sin rueditas en mi querida bici.