30 de abril de 2012

La serenata

Después de un año muy intenso se tomó unos días de descanso y fue a un lugar muy tranquilo para relajarse. Pasaba horas mirando fluir el agua, a orillas de la laguna. Oía el canto de los pájaros y  por un instante en el tiempo se olvido de que existían bocinas, celulares y computadoras.
Laura deseaba escuchar otros sonidos, otra música, una más calma, más serena.
Se despertaba temprano, desayunaba y salía a caminar. Se deleitaba mirando cada detalle. Una hoja movida por el viento, un pequeño brote, un rayo de sol colándose entre los árboles. Recorría, paseaba y al final del día se dormía arrullada por la naturaleza. ¡Qué privilegio, pensaba: esto es realmente una serenata!
Había pocos huéspedes en el hotel, solo había visto a los dueños y a dos o tres personas más. Todo estaba muy tranquilo. Hasta que una noche escuchó en su ventana otra música. Se despertó sorprendida. ¿Una serenata? ¿Me están cantando a mí una serenata? No lo puedo creer. Toda una orquesta pidiéndome que salga a la ventana… esto es insólito.
Por un momento, pensó que lo estaba soñando. No sabía decir si estaba despierta o dormida. Y en definitiva por dónde pasa el límite entre el sueño y la vigilia, entre le deseo y la realidad.
Se acercó a la ventana, entreabrió con cuidado las cortinas y vio que había una orquesta tocando una hermosa melodía y ella decidió ser la agasajada.
Al rato simplemente volvió a dormir.

Para Chascomús, un lugar donde pasé días encantadores.