Después de un año muy intenso se tomó unos días
de descanso y fue a un lugar muy tranquilo para relajarse. Pasaba horas mirando
fluir el agua, a orillas de la laguna. Oía el canto de los pájaros y por un instante en el tiempo se olvido de que
existían bocinas, celulares y computadoras.
Laura deseaba escuchar otros sonidos, otra
música, una más calma, más serena.
Se despertaba temprano, desayunaba y salía a
caminar. Se deleitaba mirando cada detalle. Una hoja movida por el viento, un
pequeño brote, un rayo de sol colándose entre los árboles. Recorría, paseaba y
al final del día se dormía arrullada por la naturaleza. ¡Qué privilegio, pensaba:
esto es realmente una serenata!
Había pocos huéspedes en el hotel, solo había
visto a los dueños y a dos o tres personas más. Todo estaba muy tranquilo. Hasta
que una noche escuchó en su ventana otra música. Se despertó sorprendida. ¿Una
serenata? ¿Me están cantando a mí una serenata? No lo puedo creer. Toda una
orquesta pidiéndome que salga a la ventana… esto es insólito.
Por un momento, pensó que lo estaba soñando. No
sabía decir si estaba despierta o dormida. Y en definitiva por dónde pasa el
límite entre el sueño y la vigilia, entre le deseo y la realidad.
Se acercó a la ventana, entreabrió con cuidado
las cortinas y vio que había una orquesta tocando una hermosa melodía y ella
decidió ser la agasajada.
Al rato simplemente volvió a dormir.
Para Chascomús, un
lugar donde pasé días encantadores.