20 de junio de 2012

Perla

Si pudiera revivir a alguien muy querido, te elijo a vos: Perla. Fuiste realmente mucho más que una abuela. Me dabas todos los gustos, me consentías y me cuidabas.
Cada vez que pasábamos por el kiosco me comprabas algo rico y cuando me quedaba a dormir los viernes en tu casa, al día siguiente había un regalito al lado de la cama. Me lo había dejado “El Hada”. Y yo que corría a abrirlo con la ilusión de la infancia. Esas sorpresas, Perla, ahora son un hermoso recuerdo.
Y la comida que preparabas: casera y rica.  Qué no daría por probar de nuevo tus Varenikes, Kreplaj, Borscht, en fin…  Cuando me quedaba en tu casa estaba todo bien. Siempre.
Vuelven también las palabras, las frases que hablabas con papi y Jaike en yiddish. Y yo las aprendí después. Todavía resuenan en el oído y salen de mi boca en momentos especiales, con la fibra de la tradición y el empuje de los ancestros.
Fui yo la que comenzó con estas visitas a tu casa y a quedarme a dormir los viernes. Y cuando mis hermanas descubrieron los regalitos del “hada” quisieron hacerlo ellas también. Y todas estábamos contentas, pero especialmente vos, que siempre quisiste a todo el mundo y agregabas un plato en la mesa para el que entrara.
No hay mejor nombre para vos que Perla. Eras una joya. La perla más hermosa, la más brillante, la más luminosa. Un hada, pero un hada de verdad. Y eso que la pasaste duro. Los exilios, la guerra, las pérdidas.
Nunca te llamé abuela ni nada parecido, te decía Perla, como oía que te mencionaban mis padres. Vos no fuiste ni abue, ni la abuela, ni la bobe, nada de eso, vos fuiste Perla y así te inscribiste en mi corazón y en mi recuerdo.
Siempre te escuchaba cantar en yiddish, y hablar con tus amigos: esos de nombres raros. Y nos daba mucha risa, quizás porque no entendíamos. También me acuerdo que escuchabas poco y confundías las palabras y nosotras también de eso nos reíamos, pero vos y yo siempre nos comunicamos bien. Y ahora, ¿dónde estarás? ¿En qué te habrás convertido?
Me encantaría soñar con vos y hacer de cuenta que estamos juntas otra vez. Aunque sea por un ratito. ¿Es mucho pedir?
Sos uno de los recuerdos más hermosos de mi infancia que, por cierto, no fue nada sencilla. Pero ahora —con un poco de perspectiva— me doy cuenta que a mí también me sucedieron cosas hermosas.
¿Vos me extrañás, Perla? ¿Te gustaría verme? Porque yo cuando cierro los ojos, pienso en vos. Y vuelven la emoción, la luz, la alegría, el recuerdo. Y veo el departamento donde vivías tal cual como era, y ahora cuando paso por ahí no puedo evitar mirar al primer piso y pensar en vos.
Estoy segura que desde algún lugar me estarás viendo y disfrutando de este momento igual que yo. ¡Salud!



Esto también va para vos, Raúl, que sabías de todo,
 me inspirabas, y también me dabas todos los gustos.