Era una
tarde de domingo bastante nublada. La luz del invierno creaba una sensación
especial, como un espacio fuera del tiempo. Mariana había ofrecido su casa para
que nos juntáramos a meditar. Era amplia y muy cálida. La música fluía suave,
el ambiente invitaba a la relajación.
De a
poco fuimos llegando; todos comentábamos que el lugar contrastaba con el frío
de afuera.
Luego
de conversar un rato, nos sentamos en círculo, cerramos los ojos y nos tomamos
de las manos hasta que el espacio y el tiempo se tornaron relativos. La
vibración del mantra había producido tal sensación de bienestar y quietud que
ya no importaba qué día, ni qué hora era.
Así
estuvimos un rato, relajados, entregados, hasta que de a poco fuimos abriendo
los ojos y entonces volvió a ser domingo a la tarde. Mariana preparó mate y
trajo unas facturas muy tentadoras que venían bien para un día frío.
—Yo
traje un cuenco —dijo Pablo. —¿Quieren que juguemos un rato?, ¡no saben las
vibraciones que produce!
Todos
nos entusiasmamos, entonces sacó un cuenco de cuarzo con una vara para hacerlo vibrar
y producir sonidos mágicos.
—Cerremos
los ojos: nos vamos a concentrar mejor —dijo.
Le
hicimos caso y nos entregamos deseosos a los sonidos del cuenco.
Era
realmente fantástico. "Parece un pájaro", dijo Lucía; "yo
escucho un manantial", comentó Alma. Matías, en cambio, se imaginó una
planta mecerse según el favor del viento. Algunos escucharon el mar; otros,
campanadas. Todos estábamos muy concentrados con la magia del cuenco, cuando,
de pronto se escuchó otra vibración, menos esotérica, menos mágica...
“Estoy
en una reunión: llego dentro de un rato”.
—Perdón
—dijo Pablo— pensé que estaba apagado.
Todos
lo miramos y automáticamente buscamos nuestros teléfonos.
Para mis compañeros del grupo de meditación "El camionero cósmico". OMMMM...