29 de noviembre de 2010

El comedor

Era la primera vez que Octavio iba a pasar el fin de semana en la casa de su abuelo. Además de la excitación, había en él, cierto orgullo: ya tenía 7 años y podía quedarse a dormir solo en lo del abuelo Rubén. Los padres lo dejaban porque el ya era grande.
El abuelo Rubén vivía en una casa antigua, enorme, con persianas de madera, manijas de bronce y techos altos. Y si bien no era la primera vez que iba, algo nuevo estaba descubriendo. Esa casa era distinta a su departamento, pensó que sería un estilo distinto de construcción, quizás, otros materiales, otros espacios.
Cuando llegó la hora del almuerzo, el abuelo Rubén puso la mesa en el comedor grande. Individuales, un jarrón con flores, servilletas de tela y un juego de cubiertos especial esperaban la llegada de una comida exquisita y bien casera recién preparada por el abuelo Rubén para agasajar a su nieto.
—Nunca comí en una mesa así, abuelo —comentó Octavio con mucha emoción— en casa comemos en la cocina, a las apuradas, o directamente mirando la tele. Tampoco nos reunimos especialmente para comer. En casa no hay comedor.
El abuelo lo escuchaba y prestaba atención al tono, casi más que a las palabras. Era como si dijera, “qué lindo sería tener algo así”.
En un instante de silencio le explicó, con mucha ternura:
—Somos de otra generación, en mi época se construía distinto. La familia se juntaba a compartir la comida y se hacía una sobremesa con un rico café.
—¿Sobremesa? —pregunto Octavio— ¿Qué ponían sobre la mesa?
El abuelo entonces le contó que la sobremesa era una conversación amena que surgía después de comer.
—Antes la gente se comunicaba de otro modo, y se permitía tiempo para charlar, contarse cosas.
—Sí, es cierto —comentó Octavio—, ahora todos están muy nerviosos y preocupados. No tienen ganas de conversar.
El abuelo percibió la angustia en la voz de su nieto; le hizo un cariño y le dijo que no se preocupara. Que por más que no hubiera un comedor, ni una sobremesa, la gente igual se comunica.
—Y además, más allá de que las casas sean grandes o chicas —retomó el abuelo— lo importante es que sean sólidas.
Después de su primera sobremesa, Octavio y el abuelo se fueron a la plaza, pasearon, charlaron y se divirtieron. Y así transcurrió la tarde hasta que llegó la hora de volver.
Y esa noche, antes de dormir en una cama que no era la suya y soñar que podía construir casas grandes, sólidas, como su familia, se sentaron a cenar en el comedor, claro, como se hace en lo del abuelo.


Dedicado a los edificios antiguos y sus grandes comedores, donde el plato más exquisito era la comunicación.