Fiorella se encontraba muy
triste, había sufrido una gran pérdida hacía poco y decidió ir a la iglesia y
rezar una misa en recuerdo de su padre para sentir, por lo menos, un poco de
paz. Cuál fue su sorpresa y su alegría cuando entró a la iglesia de La Medalla
Milagrosa y presenció el casamiento de una pareja de viejitos de alrededor de
ochenta y cinco años justo cuando el padre les pedía su consentimiento. Y ellos
dijeron a coro: “Sí, acepto”.
En ese
instante alguien le cantó a Fiorella al oído: “Solo el amor consigue encender
lo muerto”. Y ella aceptó. Aceptó que la tristeza y la alegría vienen juntas y
que el límite entre ellas es casi imperceptible. Igual que el horizonte en un
día de mucha niebla.
Entonces
se dio cuenta de que las lágrimas de desconsuelo con las que había entrado se
transformaron en emoción y en alegría y que el recuerdo viene del corazón y el
amor también.
Para mi
amiga Gabriela con mucho cariño.