11 de abril de 2017

La piedra que late

La piedra que late

 Como tú, piedra aventurera, como tú…
Paco Ibáñez





-¿Tú crees, Sancho, que las piedras laten?
-Pues qué va -responde él- las piedras son duras y frías. ¿De dónde sacaste esa idea?
-He escuchado que en una ciudad cercana hay una piedra que late, y dicen que es por amor.
-Debe ser una tontería… ¿Y cómo se llama esa ciudad? -pregunta Sancho.
-Candil, o algo parecido.
-Ah, pues, en esa ciudad lo que hay son unos salamines y quesos saborizados que te hacen latir el estómago.
-Ay, Sancho, tú y tus eternas vulgaridades... Además, yo soy vegetariano.
-Pues no importa, igual puedes comer queso, o alguna vez traicionar tu dieta. Ya es hora de comenzar a disfrutar de los placeres mundanos. -Y agrega:- Monta tu Rocinante y yo a mi Rucio. Allí vamos.
Terminados los preparativos se van en dirección a Candil. Anochece y llegan a una ciudad. Creyendo que están en Candil comienzan a buscar lo que tanto anhelan. Al recorrerla no encuentran ni la piedra que late ni los tan mentados salamines.
-Estoy tan decepcionado, Sancho…
-¿Estaremos en otra ciudad? Sigamos camino.
Don Quijote y Sancho Panza vuelven a montar sus respectivos equinos.
-A lo lejos veo un pueblo, Sancho, probemos suerte.
Allí se dirigen. Cuando comienzan a ver las primeras casas divisan un cartel que reza: “Bienvenidos a Candil”.
-Pues estabas en lo cierto, Sancho, nos habíamos equivocado.
Don Quijote mira las sierras y de pronto ve una fonda que dice en su entrada: “Época de salamines”. Sancho grita de alegría:
-¡Es aquí, es aquí… Hemos llegado, enhorabuena!
-Vayamos a ver las sierras y luego, “Época de salamines”.
Sancho Panza asiente. Empiezan a ver sierras y montes.
-Aquí veo algo especial -dice Sancho-, acerquémonos, creo que es la famosa piedra que late.
Al llegar al lugar, Sancho se acerca y se da cuenta de que, efectivamente, la piedra se mueve. Se agacha, apoya su oído en la superficie áspera del mineral y escucha unos latidos fuertes.
-¡Es ésta, Quijote, tú tenías razón!
Don Quijote se emociona y le responde:
-¡Pues brindemos!
-Vayamos a la taberna a celebrar.
Cuando llegan, Sancho Panza pide sus salamines y queso saborizado. Mientras tanto, Don Quijote permanece callado, al rato le dice a la camarera:
-Traiga una porción abundante, mi amigo es de buen comer.
-¿Y a usted, caballero, qué le place?
-Todavía no lo he decidido.
Luego de un rato la camarera vuelve con la picada. La mano de Quijote se mueve como por un impulso, toma un salamín y le dice a Sancho:
-Tienes razón: ya es hora de disfrutar de los placeres mundanos –y se lo mete en la boca-.

Para Tandil, lugar donde pasé una semana muy encantadora, y para su hermosa gente.

Flavia Tchina